miércoles, 20 de enero de 2016

En la espiral




 
 
El invierno llega lentamente, sin prisa... Los trajes de baño, las bicicletas, las reuniones a la fresca... Todo eso me parece ya un vago recuerdo que forma parte de un pasado lejano.
El otoño ha pasado de largo sin que apenas haya notado bajo mis pies el crujir de la hojarasca. Simplemente se olvidó de mí. De mí, que siempre lo esperé con ansiedad; con esa ansiedad que se introduce en mi garganta y que me impide respirar cada vez que intento trasladar a alguien mis sentimientos más profundos y observo que soy incapaz de hacerlos aflorar.
Una vez más, como cada año, mis horas se llenan de los temarios de los libros; de las flexiones en el patio; de las madrugadas frente a la estufa, bolígrafo en mano... con una sola idea en la mente: Aprobar.
No importa que asimile conocimientos que en el futuro no me servirán para ser feliz. No importa que sepa rellenar los más penosos cuestionarios. Sólo importa aprobar con la máxima nota; demostrar que consigo llegar más lejos que los demás.
Tampoco importa la felicidad, y menos aún la reflexión. La reflexión no me lleva a ningún sitio; si acaso, a encerrarme en mí misma y situar a mi razón en una espiral sin lógica exterior.
Cada invierno más de lo mismo. Unas pautas a seguir, unas fiestas a celebrar, unos días de reposo mental y de acoso afectivo... Un afecto que me ahoga, que me exige un rendimiento al máximo; que me insta a poner precio a mis sentimientos y a envolverlos en papel de oro, para poder así, comprar de paso otros sentimientos acicalados. Cuanto más caro sea el envoltorio más valor se dará a su contenido. El valor del mismo no cuenta. Lo verdaderamente importante es el coste del envase. ¡Y después qué!... Los afectos tasados desaparecerán cuando las hojas del acebo se hayan secado. Entonces cada cual guardará sus excesos afectivos para la próxima ocasión, un año más tarde.
Siento frío... un frío que templa a mi espíritu y que lo alimenta. El frío y la lluvia del invierno me arropan y dan calor a mi alma que los anhela. Me acurruco sobre mí misma y me asomo a mirarme por dentro. A veces me sorprendo al ver una riqueza cuya existencia ignoraba, pero luego, cuando el frío desaparece y quiero compartir mi riqueza, ésta se desvanece con la lluvia.
Por eso la dejo dentro, y su envoltorio le impide manifestarse porque, a fin de cuentas, eso es lo que vale: El envoltorio de papel de oro. Lo que encierra es lo de menos. Se queda enredado en la espiral sin posibilidad de libertad. Sólo si el papel se convierte en polvo la espiral se extiende dejando fluir libremente al sentimiento, a su esencia. Sólo entonces, cuando ya no hay envase, se recoge el verdadero regalo cuando, junto al fuego, se unen en hipócrita comunión los mercaderes de afectos tasados. Únicamente entonces la muerte no puede dar ni recibir afectos; ese es el momento en que verdaderamente se valora al contenido del envoltorio ausente.
Y yo observo a mí alrededor y me angustio. Me veo formando parte del juego y me escapo hasta mi alcoba para ponerme mi mejor vestido y salir a la calle huyendo de mi visión de futuro. En mi carrera no me doy cuenta de que sigo jugando. Sólo cuando me encuentro con mi mundo de juventud y veo a mis compañeros y compañeras con sus mejores galas, contemplo horrorizada que todos nos hemos colocado nuestro saco dorado.
No les pregunto ni me preguntan cómo están y cómo estoy. Nos limitamos a preguntarnos qué ropaje es el más bello y cuánto habremos pagado por él.
Ya todo me da igual. No puedo escapar del juego y mi único consuelo es que pronto acabará y, tal vez al comenzar de nuevo, yo me haya adaptado a él.
Mientras tanto pasarán las nieves y las lluvias. El frío me abandonará y me sentiré feliz al contemplar cómo brota la hierba y cómo los árboles se visten de colores para recibir a las primeras aves.
Seguiré asimilando páginas enteras de mis libros de texto, y luchando hasta el final por conseguir las puntuaciones más altas. Ya no me preguntaré si valdrá la pena el esfuerzo, ni si seré capaz de escapar de la espiral. Simplemente transitaré el camino hasta su último trecho y, tras la última prueba, me sentaré frente al mar y allí trataré de orientar mis próximos años. Me despediré de mi anterior vida y diré adiós a mis trenzas y a mis muñecas; a mis primeros besos ocultos tras las dunas y a mis primeras dudas ante el cruce de caminos.
Hablaré con las olas por última vez y emprenderé un nuevo recorrido: ese largo camino bordeado de rosas espinadas. Intentaré acariciar la suavidad de sus pétalos procurando no dañar mis dedos con sus espinas. Algunas se me introducirán hasta el alma y se quedarán allí eternamente, pero otras sólo me rozarán produciéndome ligeros arañazos que yo misma habré de aprender a curar. Acariciaré mis labios con la textura aterciopelada de sus pétalos, y sus colores darán a mis ojos un éxtasis visual que deberé atrapar para reconfortar a mi espíritu en los momentos de angustia.
Seré una mujer ante el mundo y, ¿quién sabe?, quizás el mundo se dé cuenta de mi existencia y me permita formar parte de él.
 
De. CUENTOS DEL PUERTO -En la Espiral (Puerto de Sagunto - 1998)
Imagen: Blas Estal.

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