martes, 3 de noviembre de 2015

De Utrillas a Albarracín - Albarracín





Nos despedimos de Utrillas. Atrás se queda el entorno minero. Una niebla espesa se presenta a medida que nuestro vehículo avanza, y nos incomoda bastante. Por suerte dura solo unos cinco kilómetros, y no tardamos en visualizar de nuevo los colores ocres del paisaje. Ahora es el río Alfambra quien nos hace un guiño desde el otro lado de la foresta dorada.

No tardamos mucho en incorporarnos a la Autovía Mudéjar. Pasaremos de largo Cella, sin entrar a su fuente; en esta ocasión, nuestro destino es Albarracín: ¿La joya de la corona turolense?, tal vez. Allí no tenemos ninguna ruta prevista. Tan solo queremos disfrutar de la otoñada de la zona, caminar por las calles del municipio y, si se me permite la expresión, respirar a través de los ojos. Quiero captarlo todo, y no paro de hablar intentando que mi compañero de viaje, que solo puede prestar atención a la carretera, se impregne de cuanto yo contemplo y le cuento.

El Guadalaviar hace ya rato que salió a recibirnos y nos ha acompañado hasta las mismas puertas de Albarracín. Estacionamos el vehículo bastante antes de entrar al municipio. No nos importa ir andando el último trecho del camino, nosotros somos de mucho caminar, además, disfrutamos con cada paso que damos. Y hoy caminaremos bastante. No será por caminos de tierra ni senderos bordeados de arbustos olorosos. No, hoy caminaremos por suelos empedrados, por calles estrechas y empinadas, con sabor a pueblo viejo.

Alcanzamos las primeras casas del arrabal, y yo ya detengo mi atención en lo alto de la peña, en la muralla. Tanteo en la mochila para asegurarme de que no olvidé el boli y el bloc de notas. La cámara ya está también preparada. Comenzamos el ascenso hacia la ciudad de la parte alta.

De repente me encuentro situada en plena época medieval. Los nombres de las calles, viejas y robustas construcciones de piedra con sus correspondientes distintivos heráldicos tallados en piedra sobre el dintel, edificaciones tradicionales de madera con magníficos enrejados de forja y tejas marrones y rojas, los desniveles en los voladizos…

El entorno me seduce tanto que no me percato de que estoy, sin darme cuenta, en el punto de mira de la cámara de un visitante. «Perdón», le digo, y sigo a lo mío. Y lo mío es mirar en todas direcciones para ver en qué punto me decido a detenerme ahora. Entonces me sale al encuentro un rincón con un gran portón de madera con grandes remaches. No le falta de nada: su ventana con reja de hierro a la vieja usanza, la farola sobre el nombre de la calle, el blasón sobre la puerta, el nombre de la casa y el poyo adosado a la fachada.

A la hora de redactar esta entrada me gustaría poder ilustrarla con cada una de las imágenes tomadas; acompañar mis letras con ellas, pues dudo mucho de que con palabras, ya sean escritas o mediante el discurso oral, pueda expresar la belleza del lugar. Desearía mostrar desde la Fragua y el Yunque la panorámica que observo desde el mirador: el meandro del Guadalaviar circuncidando la población en la ciudad baja, su vega; los colores de los montes a lo lejos y esa sensación de otoño viejo roto tan solo por el tránsito excesivo de visitantes. Y es que, aunque es el último fin de semana de octubre, todavía no hace frío y muchos somos los que nos hemos decidido a viajar hasta este bonito enclave en plena sierra de Albarracín. Por todas partes se ven grupos de turistas acompañados por sus guías, familias con niños y, sobre todo, personas que, como yo, no quieren perderse nada con sus cámaras.

Nos queda subir hasta la muralla pero sin darnos cuenta se nos ha hecho la hora de ir a comer. Hemos tenido suerte de encontrar mesa libre en uno de los restaurantes típicos, en una calle estrecha. Es un bar pequeño, estrechito y largo, de gruesas paredes y piso superior donde se encuentra el comedor. No sé por qué, me trae recuerdos de posadas y mesones literarios y, de pronto, tampoco sé por qué, me entran unas ganas tremendas de comer migas con chorizo.

Nuestro viaje llega a su fin. Aún nos detendremos a comprar unos quesos y miel, y a sacar unas cuantas fotos más de la foresta que bordea la margen del río. Después, como es habitual en nuestro recorrido por tierras turolenses, haremos una parada en el Monolito y en La Fosa. Allí, parados ante los nombres de los represaliados republicanos, guardaremos unos minutos de silencio y, seguidamente, emprenderemos el camino hacia la Autovía Mudéjar. Volvemos a casa.

Imagen: P.Murria

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