martes, 15 de julio de 2014

Los Cármenes








Carmen es nombre de mujer, y de Virgen para los hombres de Mar; significa verso o composición poética; y es también identificativo de un barrio, de cofradías, de iglesias, de calles, hospitales, colegios y hasta de algunos comercios…

Pero, además, Carmen —karm en su origen árabe— responde al vocablo «viña» y se asigna igualmente a la definición de «quinta con y huerta y jardín». Quienes conocen Granada, conocen también sus Cármenes.

 El Carmen granadino es un edén en miniatura contiguo a la vivienda particular. Oculto por altos muros, asoma su rostro frondoso y altivo por encima de la tapia de descascarillada cal por donde, traviesamente, se descuelgan las ramas de las enredaderas y yedras. El espesor de su arboleda proporciona a su dueño serena intimidad en el hogar, a la vez que desde su ubicación, por lo general en la falda de una colina, le brinda una magnífica panorámica del paisaje.

En el Carmen granadino comparten lecho y sustento los más variados frutales con los elegantes cedros y los siempre verdes bojes. En el aire los aromas de sus flores se fusionan con aquellos que, a su lado, emiten los arbustos aromáticos. Y entremezclados con estos, se localizan las granadas, melocotones, manzanas, y las habas, espinacas o cardos, cuya cosecha sirve de abastecimiento para el consumo  familiar.

En su suelo un pequeño arroyuelo de suave siseo se precipita por el desnivel del terreno, proporcionando el riego a la vegetación y desembocando en una tradicional alberca rodeada de cantidad de macetas con flores de variados colores. Al remanso de agua en la alberca se aproximan los pequeños ruiseñores que, con sus patas ligeras y sus trinos armoniosos, conceden al inquilino graciosamente ese dulce sonido que, a veces, sólo la naturaleza puede conferir.

Se dice del Carmen que, desde sus orígenes, a partir de la expulsión de los moriscos, forma parte del hogar como una más de sus estancias. No obstante, son famosos por su espectacularidad y belleza El Carmen de los Mártires ubicado dentro del recinto amurallado de La Alhambra, declarado «Jardín monumental» en 1957. En él se deja ver la huella árabe y el gusto renacentista. Son magníficos sus paseos románticos, donde colores y aromas se entrelazan junto al árbol del amor y las glicinas que se escapan a través de las rejas.

Enclavado en la ladera del Albaicín, El Carmen de San Agustín posee unas privilegiadas vistas sobre La Alhambra que se asoma, tímidamente, entre la vegetación y las altas cumbres de la sierra. Invitando a un reconfortante paseo, se abren sus caminos de sombra entre rosas enredaderas y laberintos de recortados cipreses y setos de boj.

Muy cerquita de Torre Bermeja, El Carmen de San Antonio cuenta con un empedrado de gran belleza, típico de la artesanía tradicional granadina que combina pequeñas chinas formando vistosas cenefas colocadas piedra a piedra. De gran belleza, igualmente, El Carmen de la Justicia que recibe su nombre por su ubicación al lado de La Puerta de la Justicia de La Alhambra. Su paseo de peonías alcanza su máximo esplendor cuando, llegado el mes de abril, la floración lo convierte en una hermosa visión para el visitante.

Estos son, sin duda, algunos de los cármenes granadinos de mayor relevancia. Ellos han inspirado a poetas y pintores, y su hechizo ha prendido en las partituras de músicos de renombre, así como en las voces más extraordinarias y en los textos de los más ilustres escritores. Sin embargo, y a pesar de la magnificencia de estos maravillosos enclaves, El Carmen, en su versión más humilde, no deja indiferente a quienes tienen el privilegio de descubrirlo al otro lado del alto tapial.

Un pequeño patio con un parral; una frondosa higuera; algunos rosales de tonalidades varias; discretos bancales con hortalizas y flores, y una sencilla fuente con un chorro de agua fresca y clara serán suficientes para sentir la seducción del Carmen. Podremos apreciar desde la sombra proporcionada por la parra el suave trinar del pajarillo que, indiscretamente, nos vigila desde una de las ramas del pequeño árbol; quizá se escapen desde el interior de la casa las notas de una guitarra que nos induzcan al «Recuerdo de La Alhambra», y quién sabe si, en alguna de esas minúsculas gotas de agua salpicadas desde la alberca improvisada junto a la tapia encalada, no se esconderá el encanto de algún duende travieso que nos susurre al oído los versos más antiguos de aquellos poetas árabes que, despojados de vida, habitan de noche en La Alhambra.
 
 
 
Ilustración: Ismael Murria. Jardines del Generalife
(Publicado en Amaranto Cultural)


 

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